Adolecentes

El adolescente a diferencia del niño acepta que la muerte es inevitable y el final de todo; no obstante la ve como algo lejano y que a él no le atañe (Grollman, 1974). Sin lugar a dudas: el grado de desarrollo, el tipo y maduración de la personalidad, las experiencias vitales y el nivel de comunicación pueden influir decisivamente en la configuración en la actitud del adolescente ante la muerte (Kastenbaum, 1977; Lomry, 1966).
Formadas ya las actitudes ante la muerte, no son ya un pensamiento aislado. El adolescente coordina los componentes que delimitan la configuración de la muerte y el morir (Maurer, 1964; Riegel, 1973; Blacke, 1970; Salter y Salter, 1975).

La relación existente entre la preocupación ante la muerte y la percepción del futuro personal se manifiesta en que los adolescentes y las adolescentes no tienen interés por los temas relacionados con la muerte, conciben su futuro como lejano, lo contrario ocurriría en los que puntuaban alto en preocupación por la muerte en una encuesta realizada por Dickstein (1977-1978)

La muerte y sus consecuencias personales, en cambio, les preocupa; la razón que apunta Jackson (1974) es que con ello explayan su sentido narcisista. Entre el nivel de autoestima y la ansiedad ante la muerte poseen una relación negativa (Davis y Martin, 1978).
Sabatini y Kastenbaum (1973) afirman su sorpresa por la gran cantidad de adolescentes que piensan morir jóvenes de modo violento (¿idealización?, ¿desesperación?, ¿huida de la realidad?…).

Dentro de la literatura psicológica, existen autores para quienes la mayoría de las conductas del hombre y de la mujer son consecuencia directa del problema irresuelto de finitud y de la muerte (Feifel, 1969, 1977, 1981) ; sin embargo otros opinan que el miedo puede influir en los desórdenes psicosomáticos y en la depresión (Feifel, 1977, 1981; Meyer, 1975). Cierto tipo de temores intensos y fantasías sobre la muerte son prominentes en la psicopatología; las ideas sobre muerte son muy frecuentes en algunos pacientes neuróticos, en variados síntomas psicosomáticos, en las alucinaciones de muchos pacientes psicóticos y en la demencia senil (Feifel y Nagy, 1981). Estos autores en un trabajo realizado describieron que las personas con alto miedo a la muerte difieren significativamente de quienes tienen un temor medio o bajo, además de mostrar un temor creciente a medida que se hacen más viejos y son menos religiosos.

Según estas teorías, el temor a la muerte y al morir, pueden tener importancia relevante en aspectos de la personalidad y más concretamente en la emotividad general. Stekel (1949) llegó a afirmar que todos los miedos son miedo a la muerte, citado por Feifel (1977). La función del miedo a la muerte es biológica o protectora de la vida (Hinton, 1974). Las consecuencias del temor a la muerte pueden relacionarse con la muerte propia, de otros y/o a los efectos que puede producir la muerte. Ahora bien, los conceptos sobre la muerte son dinámicos; de ahí que los miedos relativos a la misma sean variados y cambien en intensidad y dirección según las circunstancias (Kastembaum, 1972). Considerándose a veces la muerte y el morir como alivio del dolor (Feifel, 1956). El miedo a la muerte propia y de los otros, va asociado al proceso del morir, a la otra vida y a la extinción (Kastembaum, 1972).
El mayor grado de autoestima suele positiva y significativamente con el temor a la muerte, debido a que la muerte constituye una gran amenaza de la propia extinción. Correspondiendo en gran medida con la teoría freudiana de que el yo retiraría sus categorías narcisistas (Spilka y Pellegrini, 1967).
Cuando los adolescentes adoptan posturas de ansiedad obsesiva, estas pueden conducirles a comportamientos inadaptados (Jackson, 1974; Grollman, 1974). No obstante, un miedo y ansiedad prudenciales puede hacerles valorar más la vida.
Algunos pensadores como Ohyama y otros (1978) afirman la importancia que adquiere la muerte para estudiar el resto de los aspectos evolutivos de la adolescencia.
La muerte puede significar para el adolescente un escape para situaciones intolerantes, un castigo, una aventura atractiva (Hogan, 1970; Greenberger, 1961).

Un gran problema radica en que la ansiedad ante la muerte se ha considerado como rasgo de personalidad, más que como estado. Cuando lo que realmente es relevante es el estado de ansiedad general, no el rasgo (Pinillos, 1975; Bermudez, 1977). En la mayoría de los estudios realizados no parece que tenga mucho que ver la variable edad con la de la ansiedad ante la muerte. En general no hay diferencias entre los grupos de edad y la ansiedad ante la muerte (Pollak, 1979-1980; Jeffers y otros, 1965). Se sugiere que la ansiedad ante la muerte es sensible a sucesos ambientales en general y al impacto de relaciones interpersonales en particular (Templer y otros, 1976).
En un estudio realizado por Farley (1971) sobre una muestra de adolescentes encontró que existe ansiedad ante la muerte significativamente mayor en las clases de estatus socioeconómico más alto, sin embargo, Pandey y Templer (1972) no encontraron relación significativa.

A modo de breve resumen.

Cuando el niño o la niña entran en el umbral de la adolescencia, de los doce a los diecisiete años, se encuentra entre la infancia y la edad adulta. Su capacidad mental en lo que respecta al uso de abstracciones, puede estar ya perfectamente formada. De hecho el talante especial de la adolescencia, se caracteriza porque su actividad intelectual es en gran parte abstracta, poco productiva, no traduciéndose en actos concretos. El y la adolescente pueden ser ya biológicamente maduros y tener un tono muscular y una fuerza física del adulto. Es ya capaz de independizarse y de hacer valer sus propios derechos, pero estos atributos no han pasado aún por la prueba de la experiencia personal.

Caracteriza al preadolescente y al adolescente el esfuerzo por adquirir experiencia. Todo lo que sucede lo enfoca de una manera muy personal y su respuesta muestra que cree que su experiencia es única en los anales del devenir humano. Si se enamora el suyo es el gran amor de la historia, aunque pueda desplazar el foco de su amor sin perder aparentemente su equilibrio interior. Esta cualidad narcisista también afecta a su actitud ante la muerte. Como está en el empeño de crear su propia filosofía de la vida, tiende a expresar dicha actitud ante la muerte mediante un interés explícito por lo que la muerte significa para él y ella y para su vida futura.

Muchas obras del arte y de la literatura importantes han sido producidas por jóvenes durante este periodo de exploración emocional. La Thanatopsis de Bryant; la Renascence de Millay, y el ciclo de “lieder” de Schubert son buenos ejemplos de lo que decimos.
Cuando se tiene un miedo saludable a la muerte, ello puede conducir a valorar en mucho la vida. Pero cuando se mira la muerte con ansiedad puede seguirse comportamientos inadaptados y amenazas abiertas o encubiertas contra la vida. Los juegos con armas de fuego y automóviles, reflejo de esa ansiedad, pueden contribuir a la destrucción de vidas humanas.

Durante esos años es posible que los jóvenes y las jóvenes mantengan, generalmente, entre ellos mismos significativas conversaciones sobre la muerte, la agonía, los gestos heroicos. De ahí tal vez surja el idealismo que permite sacrificarse por grandes causas o consagrar la vida a ideales humanitarios. Muchas de estas conversaciones serán intentos experimentales y verbales de adquirir perspectiva acerca de ciertos temas; gran parte de lo que en ellas se dice tendrá carácter de ensayo y exploración más que de afirmación madura y definitiva. No obstante el proceso de exteriorizar los sentimientos es de gran importancia para el desarrollo hacia la madurez y hacia una visión más matizada de las cosas.

Tengamos en cuenta que los conceptos definitivos que se forma el joven y la joven serán básicos para su vida ulterior. Cuando subsiste en él y en ella la necesidad de calor humano, de información, de perspectiva social y de comprensión psicológica, todas estas necesidades son integradas en una filosofía de la vida que será base y guía de su comportamiento en relación con la muerte.

Alfonso M. García Hernández
Profesor Titular de la Escuela de Enfermería y Fisioterapia
de la Universidad de La Laguna. Tenerife.
Última actualización: 12 enero 2001