Tras la muerte

Voy a intentar sintetizar lo que nos han contado del «más allá» moribundos o personas que han retornado de la muerte o del estado de coma y visionarios. Por una parte, se ha descubierto que cada grupo de relatos tiene unas características propias. Los más concisos son los que provienen de moribundos. Las personas que estuvieron clínicamente muertas y que, por consiguiente, «traspasaron la frontera», nos ofrecen informes mucho más extensos. Del estudio de sus testimonios, Moody llegó a la conclusión de que se experimentó tanto más cuanto más tiempo se estuvo clínicamente muerto. Un hombre como Ford , que retornó de la muerte después de un largo lapso de tiempo y, sobre todo, personas que estuvieron bastante tiempo en coma, tuvieron numerosas experiencias. Evidentemente, los visionarios que han podido mirar durante más tiempo «más allá de la frontera» han estado en condiciones de percibir con mayor nitidez determinadas cosas. Informan, sobre todo, de una gran diversidad, de varias esferas o regiones en el reino de la luz, en un mundo intermedio y también en el lugar de la oscuridad.

Por otro lado, llama la atención la diversidad gradual de las percepciones, aunque su contenido es el mismo en principio. Con frecuencia los testimonios ven cosas distintas. Moody estudió 150 casos de las tres categorías: los clínicamente muertos, los accidentados que estuvieron al borde de la muerte y los moribundos. Por falta de espacio, dejó fuera a los últimos. Constató que en las dos primeras categorías aparecen siempre quince características, pero en ningún relato aparecen juntas las quince; a lo sumo, de ocho a doce; y no en la misma secuencia. Moody no presta atención alguna a los relatos de los visionarios. Si lo hubiera hecho, habría advertido que faltan allí muchos detalles, como por ejemplo, la experiencia del túnel o la visión panorámica de la vida. En último término, esto se debe a que los visionarios son seres vivos que no han traspasado la frontera de la muerte. Pero de mayor importancia que las divergencias son las coincidencias en las categorías estudiadas: el encuentro con difuntos, ángeles, con un ser luminoso que es reconocido una y otra vez como Jesús. Y finalmente, la aproximación a una ciudad de la luz, la permanencia en ella o la visión de una esfera oscura.

Oímos una y otra vez que quienes desean informar sobre esta dimensión elevada o profunda topan con las mayores dificultades. Parece que la esfera humana no ofrece todas las herramientas necesarias para esa descripción. Una persona que volvió a la vida lo expresa así : «Las palabras son tridimensionales, y lo que yo he experimentado es multidimensional». En otros términos, nuestro lenguaje conceptual trabaja con las categorías de espacio y tiempo, y esas categorías no se dan en el otro mundo; al menos de igual manera que en éste.

En las técnicas de conversación que siguen los que trabajan en el campo de lo social hay un eslogan que se repite sin cesar: «¡Escuchar, escuchar!» Pero ha llegado el momento de plantearnos algunas cuestiones. En este apartado plantearemos una serie de interrogantes. ¿Cómo casan las experiencias expuestas con las aseveraciones de la Biblia? 

¿Por qué precisamente ahora?

La pregunta de por qué parecen llegarnos precisamente ahora todos esos testimonios tiene una respuesta bastante sencilla. Testimonios de moribundos y de visionarios hubo ya en tiempos pasados. También eran conocidas las experiencias que Marietta Davis  y Rebeca Springer  tuvieron durante su estado de coma. Con todo, es posible que esos testimonios y publicaciones llegaran sólo a determinados círculos cristianos, pues su contenido estaba en contradicción con las concepciones de la mayoría de los contemporáneos. Las visiones de Soendar Singh  sobre la gracia y la sentencia, sobre Jesús y sobre una esfera de oscuridad chocaban con las ideas sobre el karma, la reencarnación y el nirvana. En Occidente, el racionalismo y el materialismo se habían adueñado de demasiadas personas; por eso predominó la idea de que todo termina con la muerte. De ahí que, como señaló por ejemplo el psiquiatra holandés Teunissen, muchas personas guardaran silencio acerca de sus experiencias por temor a ser tenidos por desequilibrados mentales o por fantasiosos. Pero la situación actual ha cambiado en dos puntos. El racionalismo y el materialismo han dejado de ser dogma para muchas personas. Existe una mayor apertura para lo que Shakespeare expresó de la siguiente manera: entre el cielo y la tierra hay mucho más de lo que se nos enseñaba en la escuela. A esto se suman las mayores posibilidades de conseguir que una persona en estado de coma vuelva a la vida. Tales posibilidades han aumentado notabilísimamente en los últimos tiempos. En otras épocas, muchos no se atrevían a hablar de sus experiencias. Muchas de las personas que hoy cuentan sus vivencias no habrían podido hacerlo en otros tiempos porque no habrían vuelto a la vida. Según las estadísticas, sólo en América se reanima anualmente a más de mil personas. La situación ha cambiado, pues, radicalmente. Sin embargo, el doctor Rawlings  afirma que hoy el porcentaje de los retornados que hablan libre y espontáneamente de lo que han vivido sigue sin superar el 20%.

¿Engaño?

¿Es posible que las numerosas experiencias recogidas aquí o en otros libros y artículos se basen en el engaño premeditado? ¿Cabe pensar que los moribundos quieran consolar a sus familiares con una última exclamación llena de esperanza, o que algunos de los que han retornado a la vida y los visionarios pretendan hacerse interesantes e importantes con historias fantásticas?

Tal suposición es, sin duda, altamente improbable. ¿Mentira conciencia cuando uno se encuentra al borde de la muerte en una situación existencial fronteriza? Tal vez alguien pueda hacerlo, pero no miles de personas cuyas últimas palabras han sido recogidas en el círculo familiar o en publicaciones. Además, las llamativas coincidencias que existen entre todas las vivencias de las tres categorías que hemos tratado harían suponer que todos debieron tener conocimiento de las tradiciones orales o escritas referidas a este asunto. Pero ése no fue el caso de la inmensa mayoría. Finalmente, hay que decir que muchos fueron durante su vida personas serias, fiables, respetadas por sus respectivos entornos.

Pero ¿cabe pensar que, a pesar de su honradez personal, muchos hayan ampliado o embellecido de forma inconsciente sus historias? En tal suposición no se podría hablar de engaño premeditado, pero algún relato podría no ser verdadero en su totalidad. Aun en el caso de que esto sucediera alguna vez, no se puede aplicar el mismo sambenito a todos los testimonios. Contra la teoría del embellecimiento se puede citar la gran coincidencia de los testimonios, y el hecho de que los moribundos no habrían tenido tiempo ni energía suficientes para adornar los hechos. El peligro de añadiduras posteriores puede ser mayor en las personas que retornaron a la vida. Y ese peligro puede estar en proporción directa con el tiempo que haya transcurrido entre la vivencia y el testimonio. Pero, en la inmensa mayoría de los casos, las vivencias de los que regresaron a la vida fueron referidas inmediatamente después de su vuelta a la tierra. Según Moody, el peligro de olvidar o de reprimir cosas es mucho mayor que el de haberlas adornado o poblado de añadiduras. Por consiguiente, tenemos buenas razones para dejar a un lado la teoría del engaño, por lo que podemos suponer que los relatos llegados hasta nosotros son sinceros.

¿Alucinaciones?

Más frecuente que la teoría del engaño es la creencia de que estos relatos puedan ser alucinaciones. A veces creemos ver cosas que no existen en la realidad. Bajo la influencia de una fiebre elevada, de medicamentos o de analgésicos, se podría ver incluso al hada Morgana. Es posible que algunos de los presuntos testigos fueran enfermos mentales y que otros hubieran tenido un sueño. Sin duda, seguirían siendo honrados desde un punto de vista subjetivo, pero las experiencias subjetivas no reproducen realidades objetivas. Con todo, la teoría de la alucinación, aunque no deja de resultar tentadora, choca contra numerosas objeciones de peso.

En primer lugar, recordemos que muchos de ellos perciben durante su muerte clínica lo que sucede alrededor de su cuerpo después de haberse parado el corazón. Después de examinar esas percepciones, se ha llegado a comprobar que concuerdan plenamente con la realidad. Los médicos, enfermeras o parientes habían dicho o hecho realmente aquello que las personas clínicamente muertas habían visto u oído. No se trataba de alucinaciones, sino de la realidad objetiva.

En segundo lugar, recordemos que algunas personas en plena agonía, en coma, clínicamente muertos o en una visión, se encuentran con personas cuya muerte desconocían . Sólo más tarde pudieron confirmarse tales fallecimientos. La señora Carol Hooley, por ejemplo, presencia en la ciudad de la luz el amor de Jesús a los niños. Para gran sorpresa suya, le llama la atención ver allí al hijo de uno de sus amigos. Más tarde se demostró claramente que el niño había fallecido en el preciso instante en que ella estaba clínicamente muerta. Tales testimonios abogan por el carácter objetivo de las percepciones que se dan en nuestras tres categorías de personas, y hablan en contra de la teoría de la alucinación.

En tercer lugar, hemos visto que moribundos y difuntos identifican con frecuencia a personas a las que no habían conocido durante su vida. La famosa psicóloga Elisabeth Kübler Ross  se encontró con fenómenos de este tipo en muchos niños de cinco y seis años. También ellos ven a difuntos que no habían conocido. La mencionada psicóloga sostiene que si se tratara de alucinaciones, los niños sólo habrían visto a personas conocidas, en especial a su padre y a su madre.

En cuarto lugar, hemos dicho que en casos contados también algunas de las personas vieron figuras de ángeles y escucharon música. En algún que otro caso los presentes escucharon también alguna voz que decía, por ejemplo: ¡ Le necesito en el cielo!. ¿Debemos suponer en tales circunstancias que personas sanas sufrieron alucinaciones colectivas?

En quinto lugar, debemos subrayar que en estos casos, estudiados y reproducidos por muchos, no se trata de enfermos mentales o de pacientes esquizofrénicos que hubieran sufrido alucinaciones durante su vida, sino de personas equilibradas, psíquicamente normales. Sus narraciones no están plagadas de confusión: saben explicar con claridad a otros lo que era real y claro para ellos. Por otro lado, había llamado la atención a Martensen Larsen que algunos enfermos mentales recuperaran toda su lucidez inmediatamente antes de su muerte. De ahí deduce que los moribundos mentalmente sanos tendrán mayor lucidez de consciencia que durante su vida, y que en los instantes que preceden a su fallecimiento se produce en ellos un florecimiento intelectual y moral. Además, nadie ha calificado de enfermos mentales a los visionarios que hemos citado.

En sexto lugar, conviene recordar que determinadas materias pueden tener un efecto anestesiante o embriagador. La morfina y la hetamina pueden provocar experiencias extrasensoriales. Las alucinaciones pueden producirse también por efecto de los narcóticos. Moody y Hampe  señalan las diferencias: las drogas producen experiencias borrosas, como sucede a veces en los sueños. No hay una confrontación con el pasado como en la mirada retrospectiva de la vida, sino que se trata de desintegración, todo se volatiliza con rapidez. En la mayoría de los casos, los medicamentos suministrados no afectan en lo más mínimo al sistema nervioso. Por otro lado, muchísimos agonizantes o muertos clínicos no estuvieron bajo la influencia de medicinas. Osis y Haraldsson afirman que las personas que habían ingerido productos alucinógenos habían tenido muchas menos experiencias durante su muerte clínica, y que en las enfermedades que conllevan alucinaciones se daban muchas menos confrontaciones con otra dimensión de vida que en otras enfermedades. Por otra parte, el doctor Rawlings afirma que las alucinaciones se refieren siempre a objetos de este mundo, no a situaciones situadas en el más allá.

Finalmente, ¿no podría tratarse de sueños? Los agonizantes y los visionarios no estaban durmiendo, sino plenamente conscientes. Tal vez se pueda admitir la posibilidad teórica de que se trate de un estado de ensoñación en personas en coma o en muerte clínica en las que el cerebro sigue funcionando. Sin embargo, resulta muy difícil admitir que alguien cuyo corazón se ha detenido esté en condiciones de soñar. En cualquier caso, no deja de resultar sorprendente que ese «sueño» tenga aproximadamente el mismo contenido que las experiencias de moribundos o visionarios despiertos. Además, ya hemos indicado que diversos puntos de ese «sueño» contienen una realidad controlable, objetiva. El doctor Teunissen señala otras cuatro diferencias entre los sueños y las experiencias de las personas clínicamente muertas. A diferencia de esas experiencias, los sueños carecen casi por completo de color. Un sueño se difumina enseguida, mientras que estas experiencias permanecen grabadas en la memoria con toda nitidez. Para soñar hay que estar dormido, y estas experiencias tienen lugar en un estado consciente o en la muerte clínica. Por último, los que han retornado a la vida no piensan que sus percepciones hayan sido un sueño. Hampe ve la diferencia respecto al sueño en la referencia muchísimo mayor a la realidad y en una distinta consciencia de sí mismo. Todas estas razones nos llevan a sostener que la hipótesis del sueño es altamente improbable.

¿Proyecciones?

Mientras que las alucinaciones son síntomas que indican una situación anormal, las proyecciones son un fenómeno humano general. Todos nos sentimos inclinados a proyectar hacia fuera lo que vive en nosotros. Quien tuvo un padre severo, tiende a considerar a Dios como un padre estricto. Por consiguiente, cabe preguntar si las experiencias vividas por numerosas personas en su lecho de muerte, en estado de coma, durante su muerte clínica o en visiones no son una simple reproducción de lo que se experimentó, creyó y pensó en la vida normal. Eso no significa que se deba poner en duda la existencia de otra vida después de ésta, ni que se vive de nuevo después de la muerte. Pero se opina que las percepciones, es decir, lo que se ve y se escucha, están programadas por lo que se ha creído en esta vida. En estas situaciones se proyecta lo que sé ya encontraba en el corazón y en la cabeza.

Citemos dos argumentos en contra de esta hipótesis.

En primer lugar, las experiencias a las que nos referimos rara vez se encuentran en el nivel de lo que se había creído con anterioridad. Para muchos, suponen una sorpresa total. Se encuentran con ángeles personas que jamás habían pensado en ellos. También algunos ateos se encuentran con el ser luminoso. Incluso las personas que han vivido con la idea de que todo termina con la muerte tienen todo tipo de experiencias en el lecho de muerte, en estado de coma o de muerte clínica. Marietta Davis no era creyente antes de encontrarse en coma durante nueve días. Después de volver a la vida recordó que se había preguntado críticamente si sus vivencias eran un sueño, una proyección de su estado de ánimo. El ángel que la acompañaba le confirmó que sus experiencias eran reales. Como Marietta, también los huérfanos chinos contemplaron en sus visiones que la celeste ciudad de la luz se dividía en doce regiones. A decir verdad, esto mismo está escrito en el último libro del Nuevo Testamento, en el Apocalipsis, pero ellos no lo sabían. De igual manera, Osis y Haraldsson  comprobaron que los pacientes que tienen experiencias de una supervivencia no ven el cielo y el infierno como se los habían imaginado con anterioridad. Lo que vieron les resultó inesperado.

En segundo lugar, es válido también aquí lo ya dicho sobre la teoría de la alucinación: las experiencias que pudieron ser examinadas después con el criterio de la realidad se basaban en la verdad. Permítasenos hacer énfasis en este aspecto con otro ejemplo: El hombre al que el doctor Rawlings oyó decir durante sus intentos de reanimación que estaba en el infierno se encontró también con su madre, que había muerto cuando él tenía quince meses. El hombre jamás había visto una fotografía de ella, y sin embargo la reconoció como su madre. Una tía le mostró algunas fotografías unas semanas más tarde. Entre ellas había una de su madre tal como él la había visto. Era una fotografía tomada poco antes de su muerte, a la edad de veintiún años. El hombre señaló sin la menor vacilación la fotografía en cuestión.

Si bien es imposible reducir a proyecciones las experiencias vividas, cabe preguntarse si la reproducción de esas vivencias no puede estar animada de forma inconsciente por los rasgos del propio carácter, por la mentalidad de la época y por el concepto que se tiene de la fe. Por eso, Martensen-Larsen está convencido de que lo que se ve no es una invención subjetiva pero que, sin embargo, intervienen expectativas subjetivas. Y pone el ejemplo de que un pagano agonizante o que se encuentra en estado de coma siente una santa reverencia pero no tiene visiones de Cristo. Desde ese punto de vista cabe decir que, por consiguiente, los no cristianos no pueden identificar con Jesús al ser luminoso, porque no Le conocieron ni sirvieron mientras vivieron en la tierra.

También W.W. Verhoef confiesa en su prólogo a la edición holandesa de las visiones de Sundar Singh que la cuestión de la contribución a las percepciones espirituales es compleja. Por eso se puede preguntar por qué los protestantes no ven nunca a María, a diferencia de los católicos, como por ejemplo la visionaria Anna Katharina Emmerich. ¿Permite Dios que unos la vean y otros no? Coincide más o menos con esta opinión el canadiense Godkin que sostiene que sólo se puede ver lo que Dios quiere mostrar a cada uno. ¿O se trata de una proyección? Se ve lo que se cree. Conozco a un solo protestante que habla en un opúsculo sobre el elevado lugar que María ocupa en el cielo, pero el autor no dice con claridad cómo llegó a esa opinión. Verhoef afirma que el contenido de la fe del visionario juega un papel importante, mientras que, simultáneamente, lo contemplado posee un valor sobresaliente y sorprende al visionario. Se traspasa la frontera entre lo visible y lo invisible, y la vivencia del encuentro se capta de forma plástica y se llena con las propias ideas. Por consiguiente, existe en esa vivencia realidad y relatividad. Verhoef indica que también el apóstol Pablo dice: «Parcialmente, en efecto, conocemos» (Cor. 13, 8-12), y puntualiza que en las visiones de Sundar Singh el lenguaje piadoso de su tiempo, con un fuerte componente moralizador, juega un papel importante, aunque, simultáneamente, gran parte del contenido de sus visiones no concuerda con la dogmática protestante de su época. Verhoef nos aconseja que no tratemos de explicar fotográficamente las visiones, sino que debemos entenderlas como una alusión a una realidad grandiosa que desborda nuestra capacidad conceptual. Pienso que estas observaciones son válidas también para las experiencias de agonizantes, de personas que perdieron la consciencia y volvieron después a la vida, y de difuntos. Con todo, me sorprende que los católicos no hayan visto a María. Al menos, yo no tengo noticia de relatos al respecto. Y mientras que algunos anglicanos y católicos hablan de una visita al purgatorio, otros se refieren a un mundo intermedio. Parece como si se expresara de formas diversas lo mismo a tenor de la doctrina fijada por la dogmática respectiva.

Por consiguiente, si es posible que una cierta proyección juegue un papel en algunos detalles y, sobre todo, en la descripción, esto mismo sucede—sin la menor duda—en quienes interpretan tales vivencias. También ellos llevan consigo sus propias expectativas y sus propias lentes. Por eso apunta Moody que el ser luminoso sugiere a un freudiano la figura paterna, mientras que un seguidor de Jung la ve como el símbolo extraído del inconsciente colectivo. En contraposición a estas interpretaciones, queremos tomar en serio lo que difuntos, agonizantes privados de consciencia y visionarios vieron y contaron. Sin duda, fueron conscientes de la dificultad de explicar lo que habían visto con un lenguaje humano.

¿Espejismos?

Otros se preguntan si es posible que personas que se hallan en la frontera de la muerte o la han sobrepasado sufran engaños. ¿Se puede pensar que existe al otro lado una especie de hipnotizadores encargados de emitir imágenes falsas y de proyectarlas en los seres humanos mencionados? Si esto fuera así, lo que cuentan tales personas sería subjetivamente correcto, pero ellos serían tenidos por locos.

Pero veamos. ¿Quiénes son esos hipnotizadores y qué interés pueden tener en que esas personas sean engañadas? Wilkerson y Ford opinan que los creyentes, de hecho, llegan a encontrarse con Jesús, pero que los incrédulos son engañados. Y añaden que también el diablo puede mostrarse como un ser luminoso, como «ángel de la luz», y convencer positivamente a algunas personas para crear así la impresión de que todo terminará bien, de que los pecados fueron perdonados hace tiempo, por lo que no es necesaria la redención si, después de volver a la tierra, uno se esfuerza en hacer las cosas lo mejor posible. Tengo la impresión de que Wilkerson y Ford van demasiado lejos. Todos dicen que el ser luminoso irradia amor y paz; y no me parece posible que el mal pueda imitar eso. Además, no se trata aquí de una sentencia final sobre los difuntos, sino de una advertencia a los que son devueltos a este mundo. Es posible que algunos no tomen en serio la advertencia y que fracasen, mientras que otros vivirán en adelante en armonía con el ser luminoso, obedeciendo a Cristo. Pero son muchos los que se han convertido a Cristo después de su vivencia. Además, algunos recibieron una advertencia más seria, pues tuvieron la oportunidad de ver cómo era la oscuridad. Visionarios como Sundar Singh reconocieron la gravedad de un «lugar» de perdición y de castigo. Y recordemos que algunos agonizantes hablaron de esto horrorizados. Me parece improbable que el mal tenga tanto poder en la otra dimensión como para engañar a los hombres. También en aquella dimensión se hace la voluntad de Dios, como nos dijo Jesús en la oración del «padrenuestro».

Otras teorías

Hay quien opina que determinados procesos físicos pueden explicar las experiencias de los agonizantes en la frontera y más allá de ella. Moody se pregunta si no cabría la posibilidad de que una disminución de las funciones biológicas pueda ocasionar tales experiencias, pero rechaza la idea de que el cerebro produzca un último desvarío por falta de oxígeno. Su rechazo se basa en que idénticas experiencias pueden tener lugar en un accidente, donde no se puede hablar de una falta de oxígeno en el cerebro. Yo añado por mi parte que tampoco en los agonizantes y visionarios hay falta de oxígeno. Además, no se puede hablar de una «disminución de las funciones biológicas» si nos referimos a los últimos.

Otros se han centrado en el intento de explicar el fenómeno de la visión panorámica de la vida. El biólogo Lyall Watson  cita a un psiquiatra para el que la persona humana se resiste emocionalmente a la muerte y utiliza su última energía vital para evocar lo que había tenido valor para ella en el pasado. Pero esta teoría se contradice con la investigación que la señora Kübler Ross realizó sobre el proceso que precede al fallecimiento. Llegó a la conclusión de que, tras una fase de resistencia, casi siempre se asume un estado de resignación, incluso de sumisión. Por otro lado, la panorámica de la vida contiene también cosas desagradables del pasado y está unida estrechamente al encuentro con el ser luminoso. El psiquiatra aludido por Watson no informa de esto. Otro psiquiatra opina que la visión panorámica de la vida está relacionada estrechamente con experiencias de vida desagradables. Esto coincide con las aseveraciones de aquel hombre que describió posteriormente sus experiencias a través de la visión panorámica de la vida como «percepciones de la consciencia». El doctor Weber, que ha reeditado el libro de Martensen-Larsen, señala en esa descripción la opinión de Freud de que la censura desaparece en la angustia por la muerte. De ese modo, pueden aflorar a la superficie recuerdos reprimidos por una mala conciencia: la voz de la conciencia puede hablar en ese instante. Pero aquí tiene que recordar justamente lo contrario, es decir, que en la visión panorámica de la vida también se perciben eventos que no tienen absolutamente nada de desagradables. Además, como acabamos de escuchar en palabras de Kübler Ross, el temor a la muerte ya no juega un papel importante. Hampe cita la opinión de algunos médicos según los cuales la angustia por la muerte hace que algunas glándulas produzcan unas hormonas cuyo efecto se asemeja al de un fármaco anestesiante. Pero eso no explica el encuentro con el ser luminoso ni la conversación con él.

Moody alude a otra posibilidad de explicación psicológica. Recuerda los estudios realizados por la psicología del comportamiento sobre experiencias de aislamiento. Si se aísla a una persona, es posible que ésta sufra alucinaciones, que vea fantasmas, que perciba una panorámica de su vida. También los moribundos son con frecuencia seres aislados: la muerte no puede separarse de la soledad. Las personas aisladas perciben con frecuencia rostros de parientes y de amigos fallecidos. El mismo Moody rechaza este intento de explicación. Los fenómenos de aislamiento son inexplicables, y no se puede explicar una cosa inexplicable con otra igualmente inexplicable. Además, el aislamiento también puede tener consecuencias positivas. Los monjes y ermitaños buscan la soledad para recibir iluminación y revelaciones.

Por lo tanto, las teorías apuntadas no bastan para explicar las experiencias de los que han vuelto de la muerte. Y no bastan porque no cuentan con que también algunos agonizantes y visionarios tuvieron vivencias similares.

Conclusiones provisionales
1. De todo lo dicho se desprende con claridad que no podemos ni debemos esperar de la medicina ni de la biología un pronunciamiento definitivo a favor o en contra de que la vida perdura más allá de la muerte. Es posible aducir argumentos a favor o en contra de la honradez de las experiencias de agonizantes, muertos o visionarios, pero nunca serán una prueba definitiva. La investigación científica ha comprobado que la irradiación del hombre, visible mediante la fotografía Kirlian, desaparece lentamente después de la muerte, y que los difuntos experimentan una ligera pérdida de peso (Duncan McDoubal: 68,85 gramos; el doctor Zaalberg: 69,5 gramos). Pero no se puede concluir de ahí que ése sea el peso del alma o del espíritu humano que ha abandonado al cuerpo en la muerte.

A continuación recogemos las conclusiones a las que llegaron tres investigadores. El biólogo Lyall Watson: «No tenemos ninguna prueba absoluta para suponer que un cuerpo con energía o una personalidad sobreviva en ausencia de un equivalente corporal. Pero es importante constatar que eso es posible. Es muy difícil negar que cada persona lleva consigo un segundo sistema oculto que complementa nuestro sistema somático… Por consiguiente, un individuo tiene la posibilidad de sobrevivir a la muerte al menos durante un tiempo breve en una forma o en otra. La existencia general y las experiencias coincidentes fuera del cuerpo permiten suponer que puede darse una separación en el espacio y el tiempo. En la biología no hay nada que niegue esa posibilidad y sí mucho que puede ser explicado de forma sencilla y lógica mediante la persistencia de un sistema bastante independiente del cuerpo».

Escuchemos a Sir John Eccles, especialista en el cerebro: «No me cabe en la cabeza que el don de experimentar conscientemente no tenga otro futuro ni la posibilidad de perdurar en otras circunstancias no palpables. De cualquier forma, me mantengo en que no hay razones científicas para rechazar una supervivencia en el futuro». David Winter, que cita a Eccles, está convencido de que «muchísimos sufrimientos psíquicos del hombre moderno se deben a haber descuidado intencionadamente pensar en la muerte».

Por último, la psicóloga Elisabeth Kübler Ross afirma en su prólogo al libro de Moody: «Es evidente que el paciente moribundo conserva una percepción consciente de su entorno cuando está clínicamente muerto». Hampe utiliza la imagen del instrumento de música y del músico. Ambos son necesarios para hacer música. En la muerte, el músico abandona su instrumento, el cuerpo, que queda inerte, pero el músico sigue viviendo.

2. Un estudio psicológico de personas que tuvieron acceso a imágenes «más allá de la frontera de la muerte» cuando se encontraban en la agonía, en coma, clínicamente muertas o cuando tenían visiones puede ofrecer explicaciones importantes. Por las investigaciones que conocemos, parece que las personas en cuestión son o fueron equilibradas. La señora Sandberg escribe, por ejemplo, que seleccionó en su libro las experiencias de personas cuyo cristianismo practicante conocía.

3. Las experiencias que hemos recogido indican que parecen ser insostenibles dos antiguas concepciones sobre la muerte. No se puede entender la muerte como el sueño del alma o como un estado de olvido, como hizo el filósofo Schopenhauer , que vio la muerte «como la gran oportunidad de perder el yo». Moody indica que ambas concepciones son incompatibles con la percepción consciente de cosas desagradables y placenteras.

4. Todas las manifestaciones salidas de la boca de agonizantes, de personas que estuvieron en coma, que retornaron a la vida o que tuvieron visiones apuntan en la misma dirección. Sus experiencias provienen de diversas épocas y culturas. Si tenemos en cuenta el gran número de testimonios, parece más sencillo creer en la realidad de una vida después de la muerte que dudar de la supervivencia o negarla. Estamos de acuerdo con David Winter cuando dice: «Si muchas personas equilibradas y razonables—durante un período largo y prácticamente en las mismas circunstancias—cuentan unas vivencias casi similares, habrá que concederles algún valor». En una entrevista concedida al Chicago Tribune, la señora Kübler Ross se explicó así: «Gracias a las experiencias con cientos de moribundos y a las que contaron los que volvieron a la vida después de que se certificara oficialmente su defunción, sé que hay una vida después de esta vida».

5. Ya en 1970, el doctor Teunissen llamó la atención sobre el peligro que va ligado a estas experiencias: entregarse al goce de la idea de la muerte o enamorarse de ella. Es posible pasar del extremo de reprimir toda idea relacionada con la muerte al opuesto, como sucede a muchas personas en lo tocante a la sexualidad. Sin embargo, señala atinadamente el doctor Teunissen, estas experiencias también pueden servirnos de ayuda para familiarizarnos con la idea de la muerte.

6. Si asignamos un contenido de verdad y de realidad a esas vivencias, debemos permitir que tengan una repercusión más profunda en nuestra vida, que se sitúa entonces en la perspectiva de la eternidad. Así como nuestro nacimiento es el ingreso en la existencia terrenal, el óbito nos abre el acceso a la vida eterna. De los relatos que hemos referido se desprende claramente que esta vida tiene dos vertientes: luz y oscuridad, salvación y condenación. Durante nuestra vida en la tierra decidimos personalmente la dirección que queremos tomar.

Alfonso M. García Hernández
Profesor Titular de la Escuela de Enfermería y Fisioterapia
de la Universidad de La Laguna. Tenerife.
Última actualización: 12 enero 2001