Hinduismo

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Para los asiáticos, la higiene y el pudor son dos aspectos muy importantes de la vida así como el respeto a los profesionistas de cualquier raza. A los sikhs no les agrada la idea de que se realice la autopsia, pero la aceptan si es requerida por el forense. El cuerpo debe dejarse en libertad tan pronto sea posible para permitir que el funeral tenga lugar; generalmente se utiliza la cremación. Los parientes pueden desear llevarse el cuerpo (o las cenizas) a su casa para enterrarlo.

Si un pariente hindú está agonizando en el hospital, los parientes pueden traerle dinero y ropa para que los toque antes de distribuírselos a los necesitados. Algunos parientes aprovecharán la oportunidad de sentarse junto al paciente moribundo y leer un libro sagrado.

Si el sacerdote hindú está presente, puede ayudar a las personas a aceptar la muerte (como lo inevitable) de una manera filosófica; puede asimismo, atar un hilo alrededor del cuello o de la cintura del paciente como una bendición.

El paciente puede querer acostarse en el suelo para estar más cerca de la madre tierra al momento de su muerte y ayudar así a la subsiguiente encarnación. Después de la muerte los parientes procederán a lavar el cuerpo y vestirlo con ropa nueva antes de sacarlo del hospital.

Tradicionalmente el hijo mayor del difunto será quien encabece esto independientemente de lo joven que sea. La familia puede desear llevarse el cuerpo a la India para que sea cremado y después esparcir las cenizas en el Río Sagrado (Sherr, 1992).

El Hinduismo, considerada una de las religiones más antiguas del mundosurge de la religión védica, que se convertiría en el brahmanismo años más tarde con la llegada de los arios del Cáucaso, los emigrantes de Malasia, Babilonia e Irán. El hinduismo tiene una edad de al menos 3.500 años.

En la época védica se pensaba que al morir, el cadáver era devorado por la pira funeraria, pero sus múltiples almas (asu, atman, prana, manas), pasaban al mundo de los muertos, al reino de Yama conducidas por Agni y Martus, el fuego y la lluvia.

El reino de Yama es el lugar donde van los buenos, “en el más alto cielo, en el sol” lugar de gran belleza y felicidad, donde abundan los alimentos más preciados. Centro de reunión con los familiares y la gente del pueblo que ha muerto. El muerto adquiere un nuevo cuerpo renovado, una especie de “doble”.

Al infierno naraka (bajo tierra) van los malos, donde “quedan sentados en medio de un río de sangre, comen pelo, beben lágrimas de uno que lloró al ser derrotado, o el agua con que lavaron a un muerto”.Hay otros lugares de supervivencia como los árboles o las plantas o la tierra Madre.

Es hasta el S. VII-VI a. C, con el periodo upanishádico, que entra la creencia en la reencarnación de las almas. El hinduismo no divide para siempre la vida y la muerte, la vida sigue a la muerte y la muerte a la vida, tampoco se aferra a la identidad: hoy estamos aquí de una manera, después volveremos de otra forma.

Cuando un niño nace, tiene ya una serie de historias pasadas, otras vidas. La existencia está conformada por ciclos de reencarnaciones. La ley de la eterna reencarnación del alma (punarjanma) así como su correspondiente renacer o samsara (trasmigración de las almas) forman parte del pensamiento filosófico y religioso de la India.

Su símbolo es una rueda, la cadena sin fin del renacer. La adhesión a las cosas, la ignorancia impide ver la realidad como es, “su superación lleva a una visión directa del Brahamán y a la unidad en lo existente”. El alma eterna, el atman, está desterrada en el cuerpo. Como un ave, va volando de cuerpo en cuerpo, sin fin durante toda la duración de un ciclo cósmico, antes de fundirse en el Brahamán, pero las malas acciones la hacen descender en la escala de los seres, para renacer en un hombre de categoría inferior, o incluso de una planta o animal, por el contrario sus buenas acciones, la elevarán hasta alcanzar el Brahamán, claro que para esto, podrían pasar por 8. 400.000 vidas antes de llegar a la liberació.

En la concepción hinduista, las almas van adquiriendo su condición, divina, animal o humana, según sea el momento del proceso en que se encuentre, en función de la ley del karma (sánscrito kar-mano y derivadamente = acción), consiste en un principio de retribución: quien la hace la paga. En el curso de este proceso de miles de vidas, cabe la posibilidad de estar en el rango de los dioses como el de volver a caer en la miseria y el anonimato.

La tradición hinduista hace la distinción entre el cuerpo físico, o cuerpo vulgar, llamado sthula-sarira, y el cuerpo sutil suksma-sarira, el primero es tangible, visible, el segundo es totalmente transparente y por ello muy próximo al espíritu, al estar compuesto por elementos sutiles, es como la semilla del cuerpo y contiene a toda la persona en potencia. “Las acciones humanas dejan su huella en el cuerpo sutil, que circunda al alma y hace de campo de continuidad entre el alma y el cuerpo vulgar. Al morir, el alma y el cuerpo sutil abandonan al cuerpo vulgar para que el alma sea retribuida en el otro mundo según sus méritos o deméritos y para proporcionar al alma un cuerpo que se adapte a una nueva reencarnación”.

Bajo esta ley del karma la existencia es el resultado del premio o castigos acumulados en las vidas anteriores. El justo proceder proporciona al su autor un mérito (punya) destinado a fructificar en esta vida o en otra por venir, en cambio un injusto actuar genera un demérito (papman) que provocará sufrimientos en la vida o vidas por venir. Este principio del karma se traducirá en nacimientos más nobles o innobles en función del comportamiento global realizado durante la vida anterior o las vidas anteriores (es acumulativo). Aunque pudiese sonar fatalista, para el hindú esta doctrina, invita a interpretar la condición humana, como una ocasión privilegiada que tiene el alma para cambiar el curso de su destino, devuelve la propia responsabilidad al sujeto de la acción. La acción -dice un proverbio indio- vuelve a encontrarse con su autor en el extremo del mundo.

La muerte entonces sería una oportunidad de “ir pagando la deuda”, de avanzar en el proceso evolutivo hacia la liberación, que sólo llega cuando uno se libera de los deseos, estos, cita Díaz, son perturbadores del espíritu, “…es necesario dominarlos a todos y concentrarse, fijarse únicamente en el yo, quien logra dominar los sentido se vuelve sabio, de otra manera el ser humano está perdido, pues del deseo nace la cólera, que engendra al extravío obnubilando la mente, que hará desfallecer la razón haciendo naufragar el pensamiento”. Pero quien logra atravesar el exterior con los sentidos liberados de apegos y odios, tiene el espíritu disciplinado y alcanza la paz, donde se halla el fin de todo sufrimiento.