Cristianismo
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Los cristianos creen que es a través de la muerte de Jesús que la humanidad se ha reconciliado con Dios. También creen que por la resurrección de Cristo, El salvó al mundo de la muerte y el pecado y da nueva vida a quienes crean en El. Esta nueva vida va más allá de la sepultura y puede ser experimentada por el creyente cuando se convierte en cristiano a través del rito del bautismo con agua en “el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo”.
En el catecismo de la Iglesia Católica leemos: “La muerte es el final de la vida terrena. Nuestras vidas están medidas por el tiempo, en el curso del cual cambiamos, envejecemos y como en todos los seres vivos de la tierra, al final aparece la muerte como terminación normal de la vida. Este aspecto de la muerte da urgencia a nuestras vidas: el recuerdo de nuestras mortalidad sirve también para hacernos pensar que no contamos más que con un tiempo limitado para llevar a término nuestra vida.”
Con la muerte se pone fin a nuestra peregrinación aquí en la tierra, pero gracias a Cristo la muerte cristiana tiene un sentido positivo, como dice San Pablo “para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia” (Filip. 1,21), “Si hemos muerto con Él viviremos con Él.”(2 Tm. 2,11)
Después de la muerte cada uno tendrá su juicio de acuerdo a sus obras, y como consecuencia de éstas; la salvación o la condenación.
La resurrección de todos los muertos, “de los justos y de los pecadores”, precederá al juicio final en el que vuelve Cristo glorioso “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria y todos los ángeles con Él, se sentará sobre su trono de gloria, y se reunirán en su presencia todas las gentes y separará a unos de otros, como el pastor separa a las ovejas de sus cabritos, y pondrá a las ovejas a su derecha y a los cabritos a su izquierda.”(Mt. 25, 31-33)
Esto pudiera sonar un tanto amenazante, el Dios que “separa” a los buenos de los malos, un Dios justiciero que castigará a los malos por sus obras (con el infierno) y premiará (con el cielo) a los buenos por las mismas.
Desde fuera del cristianismo esto se cuestiona. ¿Cómo un Padre amoroso pude imponer tal castigo, el infierno, a un ser tan frágil y sobre todo tan breve en su duración, al cual le faltaría tiempo y ritmo pedagógico para aprender la lección del bien y el mal?. Como quiera que sea el Juicio Final, el fin del mundo, el creyente espera el juicio de vivos y muertos, en el que…”revelará la disposición secreta de los corazones y retribuirá a cada persona según sus obras y según sus aceptación o rechazo de la gracia”
Se le juzgará al hombre según sus obras y sus capacidades ciertamente. En la parábola de los talentos es muy claro; se le pedirá a cada uno de acuerdo a lo recibido. Es hacernos responsables de lo que nos toca a cada uno hacer en esta vida, quizás el infierno consista en no hacer lo que venimos a hacer al mundo… honrar la Esencia divina que vive dentro nuestro, dejándola actuar en relación con los demás, con el más necesitado, no sólo materialmente. También de soledad se sufre, de pena, de abandono, de vacío.
El mensaje Cristiano es una invitación a actuar como Jesucristo, hijo de Dios hecho hombre, enviado por el Padre para que en verdad lo viésemos y fuéramos capaces de identificarnos con Él, la divinidad hecha hombre. “Los contemporáneos de Jesús no podían reconocer a su propio Dios en el anuncio de Jesús, porque el Dios de Jesús no se conformaba con sus conceptos….Este mensaje consistía en el anuncio de la misericordia incondicional de Dios para todos los hombres, especialmente los pobres, los desamparados, los rechazados,…”
Jesús persistió en el anuncio de su Padre, aún cuando era evidente hacia donde lo llevaría: la muerte. Una muerte terriblemente dolorosa, humana, en soledad; los discípulos huyeron; fue agredido por grupos sociales y religiosos. ¿No nos recuerda esto a tantos enfermos terminales rechazados, escondidos, por tener enfermedades tales como SIDA o en otros tiempos lepra o el cáncer mismo, a los inocentes que purgan sentencias en prisión sin haber cometido falta alguna?
Esta muerte así, la de Jesús el hijo del Dios Padre, tan humana nos acerca a un Dios al cual podemos ver, conocer, identificarnos con Él por medio del Hijo.
Esta es una de las grandes diferencias con las otras religiones; en el cristianismo tenemos un Dios Padre al que podemos llamar por su nombre, un Dios cercano, alcanzable. El cristiano tiene una relación personal Tú-Yo con Dios, y de esa misma manera será en la vida eterna. No es fundirse con el Todo, como en otras religiones, es estar con el Padre, desde la propia unicidad.
Un Dios-Hijo tan humano nos confronta con el propio sentido de nuestra vida, el mensaje del Padre que Jesús cumpliera hasta las últimas consecuencias: la fidelidad y el compromiso inquebrantable con los demás (Andrade).
“y el que de vosotros quiera ser el primero, sea siervo de todos, pues tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos.”(Mc.10,44-45)
Jesús muere de esa manera, porque da testimonio de un Dios que no se doblega ante los intereses humanos.
En la resurrección se encuentra el sentido de una muerte así, “el Padre no había abandonado a Jesús, sino que lo acogió en su propia vida y en la resurrección cumplió su promesa del Reino de misericordia”
El cristiano, también como Jesús se puede sentir abandonado: “Eloí, Eloí, lama sabachtani?. Que quiere decir: Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado? (Mc. 15. 34). Angustiado, en soledad ante el hecho de la muerte, el consuelo y la esperanza que lo conforta es saber, en la fe, que el poder de Dios de convertir en vida la muerte del hombre que agoniza es mayor que la agonía misma y mayor que el fracaso aparente o evidente de su vida.
Dios, dice Andrade, se revela como Padre al desclavar al crucificado para acogerlo en un abrazo de vida, de vida eterna. De la misma manera el creyente tiene fe en que el Padre hará lo mismo con él; librarlo de su cruz, liberarlo de todo sufrimiento para que, al final de la jornada, pueda entregarse confiado en el amor infinito de Dios.
“La muerte, tiene su acento en la vida del creyente, a partir de la cual la muerte sólo puede aparecer como el término del cumplimiento fiel y coherente.”(25)
Pareciera entonces que la misión de vida para el cristiano consiste en actuar como el propio Jesús en la tierra, “vivir y morir sirviendo a los que necesitan ayuda y así descubrir la actitud del Padre de desclavar a los crucificados y llevarlos a sí.”
La actitud del verdadero cristiano realmente comprometido con su fe, es de gran compromiso, vivir una vida tal, de servicio al prójimo, de ayuda al más necesitado; el niño de la calle, los enfermos, los pobres. Pero creo que antes de todo este servicio habría que empezar con lo propio, con nosotros mismos, “Ama a tu próximo como a tu mismo”, seguir con los verdaderamente cercanos a nosotros, la pareja, los padres, los hijos, los hermanos, haciendo vida ese mensaje de Dios, tarea nada fácil desde luego, pero en la medida que seamos congruentes con nuestra vida personal, seremos capaces de salir a los demás, o ¿será en el servicio a los otros que encontraremos el camino a nosotros mismos?.
Dentro de la tradición cristiana, varios grupos religiosos tienden a hacer énfasis en diversos aspectos; algunos le conceden mucha importancia al oficio de la palabra bíblica, otras a los sacramentos, y otras enfatizan ambas de igual forma.
Algunos pacientes que tienen una enfermedad grave y sus familiares, están muy claros acerca de su religión y de la clase de servicio que desean recibir acorde a ella, mientras que otras personas ni siquiera han pensado en eso.
El paciente católico normalmente deseará ver a un sacerdote y recibir la “extremaunción”. En un principio, esto se asociaba con los “últimos ritos”, pero actualmente se les administra a personas que no necesariamente están agonizando y tiene como objetivo ayudarlos a lograr la verdadera salud y no sólo prepararlos para la muerte (se administra de manera similar en la iglesia anglicana).
A la hora de la muerte, los parientes pueden desear que un sacerdote esté presente para orar con o por el moribundo así como para encomendarle a Dios el cuidado de esa persona y ofrecer apoyo a los familiares.
No existe ninguna objeción religiosa para que se lleve a cabo una autopsia ni para que se donen órganos para trasplante, aunque hay personas que pueden tener fuertes razones personales a este respecto (Sherr, 1992).