Reflexiones en torno a la obra “Nada”

Reflexiones en torno a la obra “Nada”
Alfonso García. La Laguna, 30 de Mayo de 1995

Danzamos en un círculo y suponemos
pero el secreto está en el centro y sabe.

Robert Frost

El breve ensayo que a continuación presento no pretende ser un decálogo ni un manifiesto de la obra escultórica en la que me encuentro trabajando, más bien una aproximación al alma y sentir que tengo en este momento.

Mi obra actual es una exaltación a la nada. Para que existan formas escultóricas es absolutamente necesario que exista la nada, esas estancias rodeadas por la forma del material, espacios vacíos y silenciosos que están dentro de ellas y en todo lo que nos rodea. Espacios invisibles, que están en nosotros mismos y sin los cuales, lo que vemos, sentimos y oímos no sería lo que es. Estamos pues conectados con todo lo que nos rodea mediante la nada y todo ese espacio no puede describirse, va más allá del lenguaje, más allá de las formas y más allá de los símbolos. Paradójicamente forma parte de todo y parte de nada.

Recuerdo cuando estaba realizando la obra Eidolón en el taller de un amigo. Por un momento estábamos soldando dentro del brazo que acaba en pico, unas piezas para reforzarlo y era como si estuviésemos en la gruta que da sentido a la vida, dentro de la figura. En un espacio que momentos después no podríamos compartir puesto que quedaba cerrado e inaccesible, de hecho este espacio quedó al margen del arenado exterior que se dio a la obra.

Ese hecho de dentro y fuera, donde realmente la forma es resultado del espacio que no vemos me hizo reflexionar en el sentido de poder sacar, mover ese espacio desde la oscuridad a la luz, del sin sentido al con sentido a los ojos puesto que al alma siempre había estado. Y el resultado fue como si a las obras le quitásemos lo que les sobraba de material aunque yo había trabajado piezas en desequilibrio a punto de desestabilizarse o caerse. Ahora por un momento las obras eran estáticas como dólmenes sin guiños, abiertas a la vida, modificables de posición, embisagradas al espacio de la nada, del vacío. Como si por un momento perteneciesen a la vida y a la muerte a la vez. Como si por un momento fuese la muerte quien diera sentido a la vida, o el vacío a la forma y fuésemos capaces de sentirlo fluir no sólo por las figuras , sino también por nosotros.

Homenajear la nada, es ser capaces de ver en ella el sentido último, ver la verdad, ver con visión eterna, ver la historia misma de la vida, nuestra existencia invisible y sin peso.

Las obras que vemos ante nosotros y la música que llega a nuestros oídos comenzarán a tener otro sentido cuando intentemos comprender la nada con nuestra mente racional. Esa nada que está ante nuestros ojos fluye y está en todo lo que nos rodea y en nuestro interior nos revela el por qué de su existencia y del espacio vacío.

Danzamos en un círculo y suponemos, pero el secreto está sentado en el centro y sabe, no es sino el vacío, silencioso, que está siempre ahí. Este centro, secreto celosamente guardado, alma con vida de todo, sentido de las formas y de los milagros, nexo de unión y de comunión con todo, habita y discurre por las formas dando sentido a ellas. Pues las formas que rodean al invisible conocen el maravilloso secreto de la existencia misma, el guía de nuestras vidas, ese espacio interior.

Contactando con la nada, ese espacio vacío, silencioso, que está en nosotros, confiando en él, tomamos conciencia de nuestro ser y de nuestras intenciones, así como de nuestra naturaleza espiritual.

La realidad de la vida nos habla en silencio y es posible que nuestra ruidosa conciencia de vigilia no nos permita oír esta suplica callada. Por ello, esta obra martilleada hasta la extenuación, ruidosa por naturaleza y por el yugo que otorga el hierro, homenajea a la nada, silenciosa, reflexionando sobre dicho sentido para que así podamos percibir esas estancias vacías y silenciosas que den sentido a nuestro ser.