Espacios para el recuerdo

CAJAS DE LUZ

Cajas de luz, habla del encuentro con el otro, más allá del tiempo y su duración, marcando su relación con el infinito, con lo diferente e incontenible de la vida de quienes amamos, y a quienes no somos indiferentes. Habla de las maneras desiguales de entender lo sagrado, de la transferencia, la singularidad e identidad cuando la muerte está presente, y del poder de atribuir sentidos a este sinsentido de la muerte. De su deslocalización, y su no objetivación que nos interroga sobre la relación que tenemos con el más allá.

Preguntar por la muerte, es preguntar por el ser, no como particularidad psicológica, ni como representación, más bien como una trayectoria, que a modo de itinerario configura los significados, itinerarios en los que ser y significados constituyen lo propio de hombres y mujeres.

La investigación en torno a las pérdidas en madres y padres que han perdido hijos nos trae la realidad de un rechazo del concepto de retirada o lejanía del ser querido, recreando y favoreciendo el concepto de continuación de lazos o vínculos que se enlaza con el de promesa de conservarlo siempre. De estos niños y niñas que nacieron cuando fueron nombrados o deseados, cuando se eligió su nombre y se les compró su ropa, que existen desde que se crearon esos espacios para recibirlos, y que habla de los hijos de la Memoria, más que de los hijos de la vida. Cuya llegada fue mucho antes de su nacimiento, y su existencia en este mundo aunque fuese corta fue construida y sellada, por lo que siempre estarán con sus padres, aunque se muden de casa, se vayan de viaje o cambien de pareja.
Tras la muerte de un hijo, podríamos atrevernos a decir que no hay “Mundo”, sino tan sólo fragmentos de un universo roto, como si de pronto lo que existe es una infinidad de “lugares” en los que se mueven los dolientes, como sin rumbo del todo claro. Mundos rotos caracterizados por espacios sin homogeneidad en las creencias religiosas, las cuales también se verán sobrecogidas, e independientemente de ellas, madres y padres crearán espacios o lugares privilegiados para sus hijos fallecidos. Nuevos lugares vinculados al hijo fallecido y a los que se vincularán, como si de espacios con cualidades excepcionales se tratases. Únicos, a modo de lugares santos o privilegiados cual universos privados, que en ocasiones tienen como puerta de acceso, diferentes soportes: símbolos, figuras, tatuajes, imágenes o recordatorios en medallas, portafotos o fotografías del hijo.

De pronto, el hijo forma parte de un mundo sagrado, ha trascendido, como si al pasar la puerta de la muerte hubiese entrado en un territorio colectivo diferente, al que madres y padres pueden acercarse mediante rituales particulares, sentimientos, o pensamientos distintos. Espacios en los que reina una sacralidad que se atribuye a los mundos interiores o exteriores relacionados con el hijo, y cuyo lugar central está ocupado por él, al convertirse en el centro de lo real a lo largo del proceso de duelo, y no en una ilusión o recuerdo. Un nuevo mundo instaurado por madres y padres que se aleja del caos, e incorpora un universo de significados interiores cargados, en ocasiones, de manifestaciones que hablan de lo sagrado y de la promesa permanente de devoción y recuerdo, circundado en ocasiones de altares o recuerdos, que han tomado posesión de territorios que comunican el vínculo de estos espacios con sus hijos. Espacios consagrados que testimonian y en más de una ocasión absorben nuevos espacios de caos, ocupándolos, en la medida que los hijos fallecidos y los significados atribuidos a ellos transforman simbólicamente los mismos. Colonizándolos y divinizándolos en la mente y el comportamiento de los padres, al recrear y organizar espacios viejos y nuevos desde la íntima relación y comunicación permanente filial que se han convertido en uno de los pilares que sostiene su mundo.
La representación mental que padres y madres tienen de sus hijos fallecidos puede ser un proceso que los transforme, además de que cambia en su forma y curso con el tiempo, tras unos inicios algo más desordenados y en los que la pena es más palpable y, en la que los dolientes se plantean el desafío de un proceso personal hacia el entendimiento del duelo, se transforma en un proceso de sentimientos, lugares, encuentros, memoria y propósitos, que tiene mucho que enseñarnos todavía, hasta que configuran a lo largo de un cierto tiempo la representación definitiva.

Desde nuestra humilde posición y experiencia consideramos que los aspectos de continuidad de vínculos más que una actitud malsana es generadora de significados y de nuevas preguntas, especialmente para quienes implica volver a vivir una relación, ya sea: comunicándose con el hijo fallecido, o detectando la presencia del mismo. La historia compartida, y la expresión de sentimientos facilita la representación del ser, y persigue el camino de la intimidad en compañía, en un cuerpo social construido, en la familia, en el grupo social que personaliza y socializa y que ayuda en la construcción de nuevas representaciones.

Se construye una relación nueva entre padres e hijo fallecido, o quizá sería más correcto decir: entre madre e hijo fallecido y padre e hijo fallecido por las diferencias que comporta pues sus caminos y discursos difieren; Mientras en los primeros estadios del proceso las madres se centran en los significados más profundos y emocionales de la pérdida, en un mirar hacia adentro intentando dar respuesta al por qué, los padres optan por encontrar este primer significado centrándose fundamentalmente en la búsqueda de culpables, la negligencia o el mal diagnóstico. Intelectualizando, como si de un mirar hacia afuera se tratase, construido en ocasiones mediante narrativas categóricas que no admiten duda.

Normalizar las pérdidas y el duelo de los padres y madres que han perdido hijos, en esta sociedad en que vivimos, no es tarea fácil, pues se entiende desde la dificultad de hablar de los sagrado, que es algo realmente vinculado a lo sano, lo cual no deseamos perturbar. Y en general hablar de ello lo modifica o quizá lo inclina a la patología a los ojos de la sociedad. Padres y madres están vinculados a lo sagrado, en un mundo que tiende a maltratarlo, a olvidarlo, por ello la necesidad de crear puentes que conecten todo y den sentido a la vida: los valores vinculados al amor, al dolor y al gozo de los padres con sus hijos fallecidos.

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