Escribo esto pensando en mi padre a quien no pude dar la respuesta que estaba necesitando y después de haber leído en esta sección algún escrito de profesionales Tanatólogos.
Sería muy deseable que se nos educase desde niños en la aceptación del morir ya que lo único que tenemos seguro en el horizonte personal es nuestra muerte, pero el mayor problema con que vamos a enfrentarnos el el miedo a lo que puede o no puede haber después. La humanidad siempre se ha resistido a la idea de desaparecer para siempre, a la idea de no ser eterno y por ello ha creado religiones y filosofías que puedan darle pistas de lo que se encontrarán después del último latido de su corazón.
Las hay para todos los gustos, algunas incluso nos ofrecen un mundo igual que este pero eternamente feliz. Lo único atinado que conozco al respecto es una frase de Sta. Teresa de Avila que dice “el infierno es un lugar donde no existe el amor”, y como bien sabemos puede estar en cualquier parte de nuestro planeta, en cualquier hogar, país y tiempo, por lo que podemos deducir que su contrario, el cielo, es un lugar de Amor.
Todos los que hemos tenido la suerte de haber experimentado una experiencia límite decimos lo mismo, porque estábamos en el Amor y la Libertad, nuestro cuerpo físico se formó por un acto de amor y regresaremos al Origen de nuevo, a ese lugar que no es un lugar sino un estado de libertad y bienestar indescriptible. Después de haber recordado quienes somos ya nunca más tememos a la muerte y nuestras vidas toman un rumbo diferente a nivel interior.
Deseo de todo corazón que esta confesión mía sirva para que aquellos que en este momento se enfrentan a su último latido sepan que lo verdaderamente doloroso y traumático es el momento de nacer en el cual te invaden las sensaciones de frío, de claridad y de sonidos contrastando con el calor, la penumbra y el silencio de la vida fetal y no el abandonar los límites del cuerpo físico con su frío, su dolor y sus miedos.