ENERO 2005
Pasaje LXXX.
Bahá’u’lláh
Pasaje LXXX de Bahá’u’lláh. De Pasajes de los escritos de Bahá’u’lláh. Versión castellana basada en la traducción autorizada al inglés de SHOGHI EFENDI. Título original en ingles Gleanings from the Writings of Bahá’u’lláh
Me has preguntado si el hombre, con excepción de los profetas de Dios y de sus escogidos, conserva, después de su muerte física, la misma individualidad, personalidad, conciencia y entendimiento que caracterizan su vida en este mundo. Has observado que si esto fuera así, ¿cómo es que, mientras ligeras perturbaciones en sus facultades mentales tales como desmayo y enfermedad severa le privan de su entendimiento y conciencia, la muerte, que implica la descomposición de su cuerpo y la disolución de sus elementos, es impotente para destruir ese entendimiento y extinguir esa conciencia? ¿Cómo puede alguien imaginarse que la conciencia y personalidad del hombre se mantienen, cuando los instrumentos necesarios para su existencia y función han sido completamente desintegrados?.
Sabe que el alma del hombre, es exaltada sobre todas las enfermedades de cuerpo y mente y es independiente de ellas. Que una persona enferma muestre signos de debilidad, se debe a los obstáculos que se interponen entre su alma y su cuerpo, porque el alma misma no es afectada por ninguna dolencia del cuerpo. Considera la luz de la lámpara. Aunque un objeto exterior interfiera su resplandor, la luz en sí continúa brillando sin disminuir su poder. De igual manera, cualquier mal que afecte el cuerpo del hombre, es un obstáculo que impide la manifestación del poder y fuerza inherentes al alma. Cuando ésta abandona el cuerpo, sin embargo, evidenciará tal ascendiente y revelará tal influencia como ninguna fuerza en la tierra puede igualar. Cada alma pura, refinada y santificada será dotada de tremenda fuerza y se regocijará con inmensa alegría.
Considera la lámpara cuando se cubre. Aunque su luz brille, su resplandor está oculto a los hombres. De igual modo considera el sol, cuando ha sido oscurecido por las nubes. Observa cómo su esplendor parece haber disminuido, cuando en realidad la fuente de aquella luz no ha cambiado. El alma del hombre debe ser comparada con este sol, y todas las cosas de la tierra, consideradas como su cuerpo. Mientras ningún obstáculo externo se interponga entre ellos, el cuerpo en su totalidad continuará reflejando la luz del alma y será sostenido por su fuerza. Sin embargo, tan pronto como un velo se interpone entre ellos, el brillo de esa luz parece disminuir.
Considera además el sol cuando está completamente oculto tras las nubes. Aunque la tierra está todavía iluminada con su luz, la medida de luz que recibe se ha reducido considerablemente. Hasta que las nubes no se hayan dispersado, el sol no brillará en la plenitud de su gloria. Ni la presencia ni la ausencia de la nube pueden, en forma alguna, afectar el esplendor inherente al sol. El alma del hombre es el sol que ilumina su cuerpo y del cual deriva su sustento y debe considerarse así.
Aún más, considera cómo el fruto antes de formarse, yace potencialmente dentro del árbol. Si se cortara el árbol en pedazos, no podría encontrarse ningún signo o partícula del fruto, por pequeña que fuera. Sin embargo, como has observado, cuando el fruto aparece, se manifiesta con su maravillosa hermosura y gloriosa perfección. Ciertos frutos, realmente, alcanzan su pleno desarrollo sólo después que han sido separados del árbol.