Juan Pablo II.
En paz descanse.
La actitud de Juan Pablo II ante la muerte:
Desvelada en su carta apostólica «Salvifici doloris»
CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 1 abril 2005 (ZENIT.org).- Juan Pablo II, a pesar de las crisis respiratorias afronta estos momentos con serenidad, confirmó este viernes su portavoz, Joaquín Navarro-Valls. ¿De dónde surge su serenidad ante la muerte?.
Él mismo respondió a esta pregunta en su carta apostólica «Salvifici doloris», publicada el 11 de febrero de 1984, asegurando que la resurrección de Cristo arroja una luz totalmente nueva ante el miedo al desenlace de la vida terrena.
La muerte, reconocía el Papa en el número 15, «muchas veces es esperada incluso como una liberación de los sufrimientos de esta vida. Al mismo tiempo, no es posible dejar de reconocer que ella constituye casi una síntesis definitiva de la acción destructora tanto en el organismo corpóreo como en la psique». «Pero ante todo la muerte comporta la disociación de toda la personalidad psicofísica del hombre –añadía–. El alma sobrevive y subsiste separada del cuerpo, mientras el cuerpo es sometido a una gradual descomposición, según las palabras del Señor Dios pronunciadas después del pecado cometido por el hombre al comienzo de su historia terrena: “Polvo eres, y al polvo volverás” [Génesis 3, 19]».
«Aunque la muerte no es, pues, un sufrimiento en el sentido temporal de la palabra, aunque en un cierto modo se encuentra más allá de todos los sufrimientos, el mal que el ser humano experimenta contemporáneamente con ella tiene un carácter definitivo y totalizante», reconocía. «Con su obra salvífica el Hijo unigénito libera al hombre del pecado y de la muerte», «abriendo con su resurrección el camino a la futura resurrección de los cuerpos», recordaba.
«Una y otra son condiciones esenciales de la “vida eterna” –acaraba–, es decir, de la felicidad definitiva del hombre en unión con Dios; esto quiere decir, para los salvados, que en la perspectiva escatológica el sufrimiento es totalmente cancelado».
«Como resultado de la obra salvífica de Cristo, el hombre existe sobre la tierra con la esperanza de la vida y de la santidad eternas», constataba. «Y aunque la victoria sobre el pecado y la muerte, conseguida por Cristo con su cruz y resurrección no suprime los sufrimientos temporales de la vida humana, ni libera del sufrimiento toda la dimensión histórica de la existencia humana, sin embargo, sobre toda esa dimensión y sobre cada sufrimiento esta victoria proyecta una luz nueva, que es la luz de la salvación. Es la luz del Evangelio, es decir, de la Buena Nueva», aseguraba entonces el Papa. «En el centro de esta luz se encuentra la verdad» propuesta por Cristo en el Evangelio de Juan (3, 16): «tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo», reconocía el obispo de Roma.
«Esta verdad cambia radicalmente el cuadro de la historia del hombre y su situación terrena», concluía.
Marta Arroyo (elmundo.es)
Madrid.- El Papa Juan Pablo II ha muerto el 2 de abril a los 84 años en su habitación privada del Vaticano, tras un progresivo deterioro de su salud al final de un Pontificado que duró 26 años y 168 días.
Ni su lugar de nacimiento, la pequeña aldea polaca de Wadovice en 1920; ni su origen humilde, hijo de un soldado profesional del Ejército polaco, hacían presagiar que Karol Józef Wojtyla se convertiría en uno de los Papas más influyentes del siglo XX. Nunca antes un pontífice llegó tan lejos para estar tan cerca de los fieles. Pero el camino no fue fácil.
A los nueve años, el pequeño ‘Lolek’ perdió a su madre y a los 13, a su hermano mayor. Concluido el bachillerato, se trasladó con su familia a Cracovia y allí inició sus estudios de Filosofía, interrumpidos por la invasión nazi de Polonia. Fichado por la Gestapo, buscó refugio en una buhardilla. De día, trabajó en unas canteras y en una empresa química. De noche, estudiaba.
Fue entonces cuando conoció al actor Mieczyslaw Koltarszyk, creador del teatro Rapsódico, y se unió al grupo interpretando papeles con gran acento patriótico. Sensible al sufrimiento de sus compatriotas, Wojtyla participó en la resistencia contra Alemania y salvó familias judías, lo que le obligó a ocultarse en los subterráneos de la ciudad.
Al cumplir 22 años sintió la vocación sacerdotal, ingresó en el seminario clandestino de monseñor Sapieha, arzobispo de Cracovia y cuatro años después fue ordenado sacerdote. Su ascenso en la jerarquía eclesiástica fue imparable. Nombrado obispo de Ombi por Pío XII, participó en el Concilio Vaticano II en 1962. Ese mismo año fue designado arzobispo de Cracovia y en 1967 se convirtió en el segundo cardenal más joven de la Iglesia Católica.
La repentina muerte de Juan Pablo I le sirvió de trampolín al solio pontificio. Su elección provocó una gran sorpresa, al tratarse de un Papa procedente del otro lado del ‘telón de acero’, el primero no italiano en cuatro siglos y el más joven del siglo XX, con sólo 58 años. La renovación de la Iglesia y la defensa de la familia fueron dos de las grandes preocupaciones de un Pontífice siempre cercano a los jóvenes. Contrario a los anticonceptivos, al divorcio, al aborto y a la ordenación sacerdotal femenina, se le tachó de tradicionalista a ultranza. Firme opositor a la Teología de la Liberación, sus detractores le acusan también de excesivo conservadurismo en lo relativo a la ética y a la ortodoxia eclesiástica.
Un ‘político’ conciliador
El atentado cometido por el turco Ali Agca en 1981 frenó la incesante actividad de un Papa que, en su afán de tender puentes a todos, comulgaran o no con sus ideas, llegó a entrevistarse con el ex presidente de la Unión Soviética, Mijail Gorbachov; el emperador de Japón, Akihito; el presidente cubano, Fidel Castro; el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Yasir Arafat, y la Reina Isabel II de Inglaterra, entre otros.
Capítulo aparte merece su decisiva contribución a la caída del comunismo, un modelo político que conocía muy bien y al que consideraba injusto porque alienaba a las personas. Su apoyo al sindicato polaco Solidaridad permitiría la llegada de este al gobierno, expulsando a los comunistas del poder y provocando un efecto dominó imparable que arrastró a Hungría y después a Alemania Oriental, provocando, en 1989, la caída del Muro de Berlín.
De sus reformas destaca la innovación de los procesos de beatificación, que han dado más de 1.300 nuevos beatos y cerca de 1.500 santos a la Iglesia, la mitad de los de su historia. Catorce encíclicas, constituciones, cartas apostólicas y los nuevos Códigos del Derecho Canónico y Oriental recogen el legado de un Papa. Juan Pablo II será recordado como el ‘Papa viajero’, por haber recorrido 1,25 millones de kilómetros en 104 viajes a 130 países, y por ser el primero en hablar en una asamblea islámica y en pisar una mezquita, una iglesia luterana y una sinagoga judía.
Empeñado en buscar la unidad entre culturas y religiones, Juan Pablo II entonó el ‘mea culpa’ por los pecados cometidos por los cristianos, especialmente contra ortodoxos y judíos, y se pronunció sobre temas tan controvertidos como la reunificación de Alemania, la Guerra de Irak, el uso del preservativo contra el sida o los matrimonios homosexuales. Peregrino incansable, fue consecuente con sus ideas hasta el límite de sus fuerzas.
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