Se marchó.
A él le debo este pequeño homenaje, a siete años ya de su muerte.
Dejó de vivir. No quiso seguir. O digamos que las condiciones de su vida no le permitían dar un paso más.
La vida, tantas veces amarga, le ofreció su cara más oscura en los últimos momentos.
Amarga despedida para un hombre con un corazón enorme.
El alcohol y la pena anunciaban su óbito.
Triste como la vida misma. No le quedaban esperanzas. No le quedaban ganas.
No pudo hacer frente a la vida sin presente. Hundido junto a sus recuerdos, decidió acabar con su futuro.
Postrado en la cama de un sucio hospital geriátrico. Se dejó marchar. Relativamente joven. Pesando poco más de cuarenta kilos.
Robusto en tiempos pasados.
Acompañado por su hija mayor que cada tarde le visitaba para observar cómo clavaba la mirada sobre los rostros familiares. Sin decir una palabra.
Se fué sólo. Se fué en silencio. Un hombre de bondad infinita.
Con el recuerdo de un hijo pequeño del que no se pudo despedir.
Profundo dolor. Rabia contenida. Prefirió morir. Se dió por vencido.
Se marchó.