El tren continúa su marcha con 20 años; es todavía muy joven, ya ha hecho varias escalas por la vida, algunas maravillosas y otras no tanto, como la que le ocurrió durante uno de sus viajes en el verano del 99, donde éste se quedó sin combustible pero sólo por unos meses.
Es aquí donde comienza una historia, mi pequeña historia que continúa y seguirá continuando, viajando y soñando por muchos rincones hasta que se le acabé ese combustible: la vida.
Aunque realmente no me he identificado mucho con los jóvenes de hoy, he hecho más o menos la vida que lleva cualquiera de nosotros; las clases, el cine, la música, las salidas, etc. pero hoy en día veo las cosas de manera diferente y desde entonces me encuentro mejor en todos los sentidos. Lo que les digo les parecerá una locura, pero fue ella y mi carácter las que me han hecho ver hoy lo que soy.
Durante aquel verano que les comentaba, me diagnosticaron una enfermedad, mal llamada “esclerosis múltiple”; digo lo de mal llamada porque podría habérsele puesto “rosas múltiple” o simplemente “orgasmo múltiple”, no lo sé, la verdad que me es indiferente su nombre. Se que la llevo conmigo, como cualquier camiseta y es para mí ahora algo natural como verme desnuda frente a un espejo.
Empecé con los síntomas más normales de esta enfermedad, pero jamás pensé que fuese ella, esa enfermedad degenerativa que yo la he llamado “no me olvides” como el nombre de esa flor tan bella que continuara a mi lado toda mi vida y que sé que ella no me abandonará, a pesar de que me haga daño y me haya herido, pero lo mejor que tiene ella, mi amante es que me ha hecho ver la vida como un sin fin de cosas que tenemos por hacer.
En estos momentos pensarán que la que escribe está loca, pero no hay mejor locura que el conocerse a sí mismo y actuar como uno es; no autoengañándose sino enfrentándose y aceptando las cosas tal y como vienen. Sé que es difícil comprender esto y más en la sociedad en la que vivimos porque cada vez nos dejan ser menos libre y nos engañan sutilmente contándonos y mintiéndonos con el continuo mito de la eterna juventud.
Aquel día fue y no fue: aquella insensible doctora, que todavía pienso si es persona, porque brutalmente me dijo que tenía una enfermedad en que las probabilidades de vida no iban hacer muy largas y que quizá quedase en silla de rueda , o quedase ciega o sorda, y que tendría muchas limitaciones, aunque ella no era “bruja” (decir que he puesto lo de bruja entre comillas) y no me podía decir cuando me ocurriría algo de esto porque esta enfermedad es aún todavía muy desconocida y no se ha investigado mucho sobre ella. En esos momentos no había ningún familiar mío en la habitación y ni siquiera ninguno de ellos lo sabía. Cuando me dijo: “tienes una esclerosis múltiple y no tiene cura”, no sabía si descojonarme o llorar”.
Miraba hacia abajo y tocaba mi cuerpo; no reaccionaba, pensaba que estaba dentro de un sueño y que aquello no era real; pensaba y no pensaba; no reaccionaba, todo era mentira, una farsa. No quería oír , no deseaba ver a nadie, no quería a nadie a mi lado, no quería saber nada. Sentía que el dolor que no encuentra palabras para no ser expresado es el más cruel, el más hondo, el más injusto. Por mi mente pasaba de todo; ¿pueden imaginárselo?. Sólo háganme un pequeño favor, piensen unos minutos como se encontrarían si les dijesen esto. Lo primero que me vino a esta cabeza fue el suicidio; ¿por qué no?.
Volvía a darle vueltas a la cabeza pero no comprendía nada; para mí dos más dos ya no eran cuatro sino veinticuatro y como estaba en la hinopia pues lo único que veía era como caía la gotita del suero poco a poco. Mi madre entró a la habitación y me dio el abrazo más fuerte que nadie me ha dado nunca; llorábamos, me daba besos, me acariciaba; recordaba cuando era pequeña y montaba en bicicleta, pero luego pensaba que aquella bicicleta ya no tendría uso que mi próximo vehículo sería una silla de ruedas.
Estuve un tiempo en donde la ira se apoderaba de mí; lloraba y gritaba preguntándome porque a mí, porque. Pensaba: “nunca más volveré a reír como reía, mi rostro no será aquella sonrisa clara y viva como era”.
Estaba muerta en la vida; perdida en un monte oscuro y nebloso aunque su verdor ya me hacía ver otras cosas. Poco a poco mi amante flor “no me olvides”, se iba apoderando de mí, haciéndome reaccionar frente a lo que había a mi alrededor pero no lograba aceptarla. De pensar que estaría pegada como una lapa a mí toda la vida no podía soportarlo.
Poco a poco me abría más la mente aunque seguía viendo el cielo negro sobre mí. Seguía llorando como una loca, llorando con alaridos infrahumanos diciendo: “¡hoy no puedo!, ¡quiero morir!.
Cada vez que me tenía que inyectar el medicamento, era como algo que se me hacía muy pesado. Logre resignarme pero no lograba domesticar a esa flor, como le ocurría al PRINCIPITO de Saint- Exupéry, aunque la zorra le dijese que la aceptara y que vería que la suya era única en el mundo.
Me dedique a pintar y ha observar que la vida depende de todo, es volaz y juguetona como la luna cuando se esconde y luego sale por otro lado. Mi pensamiento iba subiéndose a las alturas como un globo, recreándose en instantes bellos y observando que “lo esencial es invisible para los ojos.”
Para mí soy como una mariposa, que como saben su vida no es que sea muy larga pero la disfruta volando y jugando con lo que encuentran a su alrededor. Son muchas cosas las que me disgustan de esta sociedad, pero no se trata de resignarse, sino de luchar y aceptar lo que hay y lo que se tiene.
Me gusta abstraerme, divagar, soñar, soñar lo que fue, sin olvidar que la tengo a mi lado y que aunque resulte de anormal, he llegado a quererla formando parte de mi cotidianidad y mi vida. Ella es la que me ha enseñado a valorar las cosas, cosas tan sencillas como son las margaritas, jugar con la marea, contemplar un atardecer.
No somos eternos, hemos de morir y yo quiero morir felizmente y creo que al igual que todos tenemos derecho a vivir también deberíamos tener derecho a morir en el momento que cada uno crea oportuno. Desde aquí quiero decirles a todos que no hay nadie en estos momentos que tenga más ganas de vivir que yo, pero que si en algún momento no deseo seguir viviendo, se me de la LIBERTAD de morir y como no, que se me practique la eutanasia: morir con la ayuda de otro.
Se puede ser feliz a pesar de tener una enfermedad, aunque nos hagan ver que no es así. Sinceramente creo que estoy preparada para la muerte, porque sin ella no existe la vida. Deseo que me incineren y esparzan mis cenizas; nada de tumbas que otros deban cuidar. La vida seguirá en el pensamiento de quienes nos recuerdan.
Este tren seguirá en marcha hasta que se le acabe el combustible, pero antes no quiero despedirme sin decirles que “SOLO VUELA EL QUE SE ATREVE A HACERLO”.
GRACIAS.